Muchos de nosotros y nosotras hemos pasado horas pensando en nuestros amados y amadas de forma obsesiva. Muchos nos pasamos horas hablando con los amigos y las amigas de nuestras conquistas, nuestras rupturas, nuestros miedos, nuestra euforia desatada, nuestros pozos de soledad y tristeza.
Muchas son también las horas que dedicamos a buscar pareja por Internet o en los bares, muchas las horas que se pasan en la cama al inicio de las relaciones. Dedicamos mucho espacio de nuestro día para contarnos y escuchar historias de amor, ya sea en forma de noticias de prensa rosa o historias de vida de la gente que nos rodea (vecindad, trabajo, parroquia, comunidad), o en forma de leyendas, relatos, películas, radionovelas, series de televisión, cómics. Nos encanta llorar a lágrima viva con los amores imposibles, nos derriten los finales felices, nos emocionamos en las bodas.
En muchas comunidades de la Tierra, el amor de pareja es la base de la sociedad, porque entendemos el mundo de un modo binario. En este mundo binario los hombres son lo contrario de las mujeres, y ambos se complementan a la perfección cuando la química entre ellos funciona. En este mundo binario, se ha idealizado la relación de los opuestos complementarios como la quintaesencia de la felicidad.
Al margen quedan otras formas de quererse, de relacionarse sexual y afectivamente, de jugar con el sexo y el erotismo. A pesar de ello, los seres humanos seguimos deseando en secreto, saltando tapias para amarnos, luchando contra los gigantes de la moral del pecado, rompiendo con normas impuestas como Romeo y Julieta.
Nos complicamos la vida de un modo increíble por amor. Y si eso sucede es porque no nos adaptamos al modelo heterosexual, dual y adulto que nos venden...
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