En este sentido, adquiere relevancia el gesto con el que Melanie Klein desafía el conformismo de los freudianos y, sin temer el riesgo de la infidelidad a la ortodoxia psicoanalítica de la época, inscribe una verdadera ruptura en la exploración del Edipo, el fantasma, el lenguaje y el prelenguaje. Klein desciende hasta el lugar sin lengua de la infancia inhibida, psicótica y autista y, como jefa de escuela, habla, sistematiza, guía a su clan. Atacada por loca o por dogmática, opacada por las figuras masculinas centrales del psicoanálisis, fue sin embargo una de sus innovadoras más importantes.
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